Y tú María durante el camino del calvario seguías , con el corazón desgarrado por el dolor, a una pesada cruz que quería aplastar a tu Hijo. Hubieras querido llevarla tú un rato para que tu hijo respirara en un fugaz alivio y ni eso te dejaron hacer.
Él caía y tu mirada, inmensa de amor, le levantaba...¿cómo pudieron hacerle eso al Hijo? …
Él caía y tu mirada, inmensa de amor, le levantaba...¿cómo pudieron hacerle eso al Hijo? …
¿Cómo pudieron hacerle eso a LA MADRE? Qué fuerza la tuya, María, que fortaleza la tuya madre mía.
Tú aceptabas todo ese ultraje a tu Hijo porque sabías que así estaba escrito que ocurriera para el bien de toda la humanidad.
Ni siquiera la seguridad de su Resurrección impidió que las lágrimas rodaran por tu rostro quemado por sol y contraído por el dolor.
soñé que después que todo se cumplió tú ibas buscando por todas partes a tu hijo. Soñé que vestías habito marrón como lo viste el Carmelo y que cada vez que ves a alguien sufrir bajo el peso de su cruz te acercas y le miras, sedienta de ver en ese altar del dolor el rostro de aquel Jesús a quien tú pariste, y un esbozo de sonrisa se dibuja en tu cara al haberlo, allí mismo, encontrado y por eso levantas la cruz y le dices… Hijo respira en paz un poco que yo te sostengo tu cruz.
soñé que después que todo se cumplió tú ibas buscando por todas partes a tu hijo. Soñé que vestías habito marrón como lo viste el Carmelo y que cada vez que ves a alguien sufrir bajo el peso de su cruz te acercas y le miras, sedienta de ver en ese altar del dolor el rostro de aquel Jesús a quien tú pariste, y un esbozo de sonrisa se dibuja en tu cara al haberlo, allí mismo, encontrado y por eso levantas la cruz y le dices… Hijo respira en paz un poco que yo te sostengo tu cruz.
Soñé que Jesucristo, tu Hijo, está con nosotros en este mundo de hoy y que viste aquella túnica de lino que tú le tejiste, Madre. Muchos son los que le han visto en distintos siglos y siempre... siempre… cuidando a los hombres, curando sus heridas, dando paz a sus almas y haciendo que el cuerpo, la psique, la mente y el alma de cada hombre descanse serena.
un hombre,en mi sueño, me contó que estando él en el suelo herido de muerte a causa de una bomba vio acercársele a un hombre que con aspecto de un trueno de paz, llegó hasta él herido de muerte y se puso a curarle y, mientras le curaba, observó este hombre herido que al HOMBRE DE PAZ QUE HACÍA VIBRAR TODO HASTA EL INFINITO, le brotaba sangre de las manos, ¿qué es esa sangre le pregunté? Son el recuerdo de unas muy antiguas heridas, me respondió.
Sí, Madre, aún le siguen sangrando las heridas a tu Hijo, como no le van a sangrar si seguimos crucificándole cada día con más crueldad. Como no le van a sangrar si cada vez que nos acercamos para pedirle algo ve en nuestro corazón el odio, la envidia, la lujuria, el crimen y el asesinato que fluyen por nuestro interior como un río en crecida que todo lo arrasa.
Hoy, Madre, quisiera que las heridas de las manos de tu Hijo, heridas que mi pecado también produjo, hoy dejaran de sangrar, quisiera que hoy tu cara, Madre, pareciera descansar.
Se quedó, Él mismo, SÍ Madre tu Hijo en persona, con nosotros en la Eucaristía y no son pocas las veces que nos acercamos a recibirle con las manos y la boca manchada del desamor hacia el hermano. Así…! NO!... nos dices MADRE. Ya sabemos que así no podemos acercarnos a tomarle en comunión. Sería igual que si al bajarle de la Cruz en aquel momento de la historia hubiéramos querido curarle sus heridas con nuestras manos sucias de inmundicia, así le hubiéramos causado más dilatado dolor.
Ya sabes Madre mía, desde entonces, nosotros los hombres decimos buscarle, amarle, cumplir sus mandatos de Amor y le recordamos en nuestras fiestas y se está tan pendiente de la forma externa de la fiesta y se está tan pendiente de que el adorno del vestido esté exactamente situado, se está tan pendiente que los encajes y pasamanería llame la atención de los que le miran, que se ha olvidado LA VERDADERA MIRADA, LA MIRADA DE JESÚS HOMBRE Y DIOS.
Una mirada con tan enorme y vibrante energía, tan flameante de amor que, con sólo posarla ante el pecador, queda pulverizado su pecado cual traje viejo echado en una fragua.
María, Madre, quiero tener mi mirada desprendida de toda forma material y estar dispuesta, así, a recibir, en la mía, LA MIRADA DE AMOR DE TU HIJO EL CRISTO QUE, CUAL FLAMÍGERA ESPADA, ANIQUILA PARA SIEMPRE EL PECADO DE TODO HOMBRE QUE QUIERA ABRIRSE A ELLA.
Una mirada con tan enorme y vibrante energía, tan flameante de amor que, con sólo posarla ante el pecador, queda pulverizado su pecado cual traje viejo echado en una fragua.
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