Amar a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen…..
nos dice el Señor.
Qué difícil es realizar esto que
nos pide el Señor, más aún cuando sólo nos quedamos en la envoltura superficial
de esta situación.
¿Qué quiere nuestro enemigo? ¿sólo
hacernos daño?
Quizá sea ese su único objetivo.
¡ Sí!, seguro que sí.
Hacernos sufrir será, pues, la
felicidad de quien nos odia.
Si nosotros, los que sufrimos
esta terrible persecución, no pasamos de este nivel, si sólo vemos el dolor o
la sangre emocional que nos hace derramar nuestro enemigo sería, a mi modo de
ver, humanamente imposible perdonar y, mucho menos, amar al artífice de tan
dañino y venenoso regalo.
Pero nada está aislado en esta
existencia. Cada hecho, cada experiencia, cada sentimiento está conectado a
otro de mucha mayor extensión y embergadura.
Si el sufrimiento, cuando nos
llega, lo tomamos con los ojos puestos en Dios, con la mirada penetrando en la
Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo, entonces nos llevará a
obtener conocimiento, sabiduría, ciencia de Dios. Comprenderemos, pasado tiempo
y experiencias, el por qué de todo aquello sufrido. Esta comprensión te dará
tal libertad, te dará unas alas tan sutilmente capaces de pasear por las esferas
el peso plomizo que antes nos ataba al suelo que, mirando a tu propio interior,
dirás: Gracias Dios por esta sublime lección.
Gracias amados enemigos míos
porque sin vuestro terrible esfuerzo en maltratarme de mil formas distintas
haciendo del sufrimiento huésped perenne en mi casa interior, hubiera sido muy
difícil, quizá, imposible que yo llegase a comprender el verdadero arte de
VIVIR, que es vivir en DIOS.
Sí, claro que sí. Se puede
perdonar al que te hace daño, se puede orar sinceramente por el que te persigue
y se puede, pues, amar a los enemigos. No se llega a la cima de la montaña sin
esfuerzo, sin sufrimiento, sin renuncia. Pero siempre cuando se llega a la
cima, exclama el corazón: Gracias Dios, ha valido la pena tanto esfuerzo, sufrimiento,
tanto tesón.
Purificación García.
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