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domingo, 1 de septiembre de 2019

CUANDO CESAN LOS RUIDOS, COMIENZA....




En algunas Eucaristías vividas al máximo de mi capacidad en la comunidad de frailes carmelitas descalzos de Úbeda al que Dios ha tenido a bien llevarme, en el momento del contacto directo entre Dios y yo, es decir, en el momento de la Comunión, cuando ya Dios-Eucaristía se compadece de ésta su criatura y, engañados los sentidos que quieren creer que yo he hecho preso a Dios en mí, encerrándolo en mi cárcel que es este cuerpo, traje pesado del que quisiera verme libre; en el diálogo en el que Dios me dice que el Él mismo es quien me asimila a mí, en el transcurso de este coloquio de amor, suena en el templo con suavidad cautivadora una dulcísima canción que dice así:

Cuando cesan los ruidos comienza la canción del corazón,

se desatan las lenguas del Espíritu y Dios se hace cercanía en viva voz.



Que VERDAD tan indescriptible es ésta que afirma que al cesar los ruidos comienza la canción del corazón. Pero ¿qué canción tenemos en nuestro corazón? ¿realmente nos deleitamos al escucharla?



Cuando nuestro corazón va por otros derroteros bien distintos incluso, a veces, contrarios a Dios, comienzan nuestras propias voces interiores.

 Esto dice el corazón sin Dios:



 Mira esa qué se habrá creído. Mira el otro como miente ayer decía blanco y ahora en el mismo contexto y para contentar al errado dice negro.

Yo soy el mejor. Ójala se muera éste o aquel porque me molesta su luz.

Yo tengo los bienes temporales de esa familia porque con mi argucia se los he robado, eso sí cumpliendo la ley no de Dios, sino del hombre, qué lista soy.

Yo comparto que maten a los niños en el seno materno pero llevo ramos de flores  a la imagen de la virgen de la Encarnación.

Eso sí, aunque soy capaz de matar a mi hermano, yo reciclo. Los mares han de estar limpios para cuando yo quiera bañarme en ellos.

Los mares limpitos pero la fama de mi próximo rota porque ya me encargo yo de tirarle mierda.

Dice que le duele la cabeza porque tiene un cáncer será quejica para dolor no hay otro más grande que el mío.



Cuando todos estos gritos afloran desde nuestro interior el ruido promovido en nosotros mismos es irresistiblemente ensordecedor.

Es entonces  cuando pedimos, exigimos, imploramos ruido exterior para no oír nuestras propias voces.

No hemos comprendido el EVANGELIO, no hemos escuchado a CRISTO JESÚS. No hemos querido aprender de MARÍA LA MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA. Si por nosotros fuera congelaríamos el fuego del ESPÍRITU.

Es arduo el trabajo, pero no es imposible. Hay que acallar nuestras voces interiores, silenciar el ruido que nos trastorna. Tenemos que observarnos a nosotros mismos y averiguar de donde proceden esas terroríficas fuerzas que nos arrastran y nos quieren arrojar al averno.

Después trabajemos para disolverlas.

Todos podemos hacerlo, pero NADIE  NADIE puede hacerlo solo y sin ayuda. Es conditio sine qua non, usar los recursos de Dios; la Fuerza y el fuego del Espíritu Santo, el FIAT de María, el AMOR de CRISTO EL SEÑOR.

Cuando la cosa es complicada, como lo es ésta, siempre lo dejamos para otro día, parece que aunque sabemos que hemos de realizar este trabajo nos da miedo o pereza ponernos manos a la obra y siempre la dejamos para luego.



Pero ¿sabemos cuánto tiempo nos queda?

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