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sábado, 23 de noviembre de 2013

No sabemos el tiempo que nos queda






… El Señor dijo a Moisés…. He visto la opresión de mi pueblo en Egipto….el clamor  de los hijos de Israel ha llegado a mí… dirás a los hijos de Israel YO SOY me envía a vosotros. 

El pueblo oprimido, esclavizado, tiranizado por los egipcios generación tras generación ya no puede más y clama al Señor con lamentos y se siente abandonado por Él.

Cuánto tiempo hace de esto y, sin embargo, todo sigue ocurriendo. Todo se repite. El pueblo sigue oprimido por una nueva forma de tiranía, aquella que hace que el hombre se desvincule de la divinidad que está muy dentro de él. Esta desvinculación hace a cada uno esclavo de lo diabólico que también habita en su interior.

Y; así,  lo necio y feo se puso a trabajar en el interior del ser humano generación tras generación y no descansó porque era mucho lo que quería conseguir. Y ¿ lo ha conseguido? Ha producido en el ser humano  un vínculo especialmente fuerte con todo aquello que dista muchísimo de lo divino.

 

De esta forma, lo vemos a diario, se prefiere el caos al cosmos, se  prefiere el ruido infernal a la armonía que hace que las ondas de bondad y belleza lleguen al mismo Dios, porque de Él emanan y a Él siempre han pertenecido. Pero lo peor de todo es que esa energía diabólica ha ocupado tanto espacio dentro de las gentes que les ha hecho creer, con un simple cruce de cables, que no existe otra cosa.

Así hemos sido engañados por esta antiquísima tiranía que nos obliga a aceptar que existe sólo el yo y que hay que complacer sólo al yo, que hay que adorarle y alimentarle son su nutriente preferido, a saber: la maldad, el odio, la envidia, la fealdad…  y, así, tan bien alimentadas las fuerzas que habitaban en el inframundo de la persona proporciones la yo la energía suficiente para que se multiplique, para que se pluralice.  
 
 
 
 
 

El yo, el ego,  es listo, no en vano nos dijo el Cristo en la Sagrada Escritura… los hijos de las tinieblas son más hábiles que los hijos de la luz. El yo sabe cuidar las apariencias y  lo hace muy bien para no ser descubierto. Se disfraza de lo que haga falta para engañarnos y mantenernos ocupados haciéndonos creer que somos solidarios, o santos, pero, muchas veces estos también son disfraces del ego.



Es cuestión de estar muy atento con uno mismo, trabajar con los instrumentos que nos proporciona el Cristo, la unión con Él por la Eucaristía, la oración sincera y efectiva, la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la meditación y contemplación.
 
 
 
 
 
 
Estos instrumentos nos ayudaran a descubrirle a él, al ego. Cuánta más oración, cuanta más meditación y contemplación, cuanta más escucha de la Palabra, cuánta más práctica humilde y sincera de la caridad siempre en nombre de Dios, menor será el tiempo que tardemos en delatarlo y, una vez quede el yo al descubierto, nuestro Padre que está en lo escondido nos proporcionará el rayo de luz como una espada ígnea que los aniquilará.

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