… El Señor dijo a Moisés…. He visto la opresión de mi pueblo
en Egipto….el clamor de los hijos de
Israel ha llegado a mí… dirás a los hijos de Israel YO SOY me envía a vosotros.
El pueblo oprimido, esclavizado, tiranizado por los egipcios
generación tras generación ya no puede más y clama al Señor con lamentos y se
siente abandonado por Él.
Cuánto tiempo hace de esto y, sin embargo, todo sigue
ocurriendo. Todo se repite. El pueblo sigue oprimido por una nueva forma de
tiranía, aquella que hace que el hombre se desvincule de la divinidad que está
muy dentro de él. Esta desvinculación hace a cada uno esclavo de lo diabólico
que también habita en su interior.
Y; así, lo necio y feo
se puso a trabajar en el interior del ser humano generación tras generación y
no descansó porque era mucho lo que quería conseguir. Y ¿ lo ha conseguido? Ha producido
en el ser humano un vínculo
especialmente fuerte con todo aquello que dista muchísimo de lo divino.
De esta forma, lo vemos a diario, se prefiere el caos al
cosmos, se prefiere el ruido infernal a
la armonía que hace que las ondas de bondad y belleza lleguen al mismo Dios,
porque de Él emanan y a Él siempre han pertenecido. Pero lo peor de todo es que
esa energía diabólica ha ocupado tanto espacio dentro de las gentes que les ha
hecho creer, con un simple cruce de cables, que no existe otra cosa.
Así hemos sido engañados por esta antiquísima tiranía que nos
obliga a aceptar que existe sólo el yo y que hay que complacer sólo al yo, que
hay que adorarle y alimentarle son su nutriente preferido, a saber: la maldad, el
odio, la envidia, la fealdad… y, así,
tan bien alimentadas las fuerzas que habitaban en el inframundo de la persona proporciones
la yo la energía suficiente para que se multiplique, para que se pluralice.
El yo, el ego, es
listo, no en vano nos dijo el Cristo en la Sagrada Escritura… los hijos de las
tinieblas son más hábiles que los hijos de la luz. El yo sabe cuidar las
apariencias y lo hace muy bien para no
ser descubierto. Se disfraza de lo que haga falta para engañarnos y mantenernos
ocupados haciéndonos creer que somos solidarios, o santos, pero, muchas veces
estos también son disfraces del ego.
Es cuestión de estar muy atento con uno mismo, trabajar con
los instrumentos que nos proporciona el Cristo, la unión con Él por la
Eucaristía, la oración sincera y efectiva, la escucha y meditación de la
Palabra de Dios, la meditación y contemplación.
Estos instrumentos nos ayudaran
a descubrirle a él, al ego. Cuánta más oración, cuanta más meditación y
contemplación, cuanta más escucha de la Palabra, cuánta más práctica humilde y
sincera de la caridad siempre en nombre de Dios, menor será el tiempo que
tardemos en delatarlo y, una vez quede el yo al descubierto, nuestro Padre que
está en lo escondido nos proporcionará el rayo de luz como una espada ígnea que
los aniquilará.
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