En la exposición del Santísimo Sacramento se escuchaba el
vivo silencio, la gente acompañaba orando, meditando, pensando, visualizando, a
nuestro Dios Eucaristía. Podríamos exclamar
como Pedro en el monte Tabor ¡ Señor, qué bien se está aquí..! El altar
iluminado, el manifestador acogiendo a la custodia enriquecida con el Santísimo Sacramento que es el centro de
todo este momento, lugar donde todos los ojos se detienen, de donde mana la
vida como cantaba San Juan de la Cruz “Aquella eterna fonte está escondida. ¡Qué
bien sé yo do tiene su manida aunque es de noche!.
La puerta del Sagrario permanecía abierta como si tuviera
ansias de volver, muy pronto, a tragarse a Aquel a quien acompañamos cada
Jueves Santo sintiendo el miedo de saludar el nuevo día, el Viernes Santo.
Sólo Él sabe lo que surge en el corazón y en la mente de
cada uno de los que estamos en oración. En el silencio parece que, incluso
nuestro más leve pensamiento, puede tomar voz.
Sabemos que Él escucha hasta lo más ínfimo de nuestro
corazón, sabemos que Él ve hasta la más fugaz ráfaga que surge en nuestro
pensamiento, sabemos que Él siente y cuenta cada uno de los latidos de nuestro
corazón; por eso le contemplamos y le adoramos refugiados en un silencio lleno
de vida. Y yo me pregunto: si sabemos
que Tú, mi Dios Eucaristía, siempre estás aquí ¿por qué a diario cuando venimos
al templo nos comportamos como si no estuvieras? El ruido, los móviles, el
charlar con el de al lado. Pienso entonces ¿será que ahora el Señor no nos oye?
¿será que ahora el Señor no nos ve? Debe
ser que la puerta del sagrario haya sido construida con un metal u otro tipo de
elemento, con un aislante tan potente, que es capaz de insonorizar de tal forma que, el mismo Señor, no nos
puede ver, que el Dios Eucaristía no nos puede oír, pero ¿puede haber un
aislante de esas características? ¿ a dónde vamos a llegar?
Me dormí con esto en mi mente y en mi corazón y en sueños me
instruyeron de esta forma:
¡Sí! Hay un aislante capaz de hacer esto, pero en distinta
dirección, es decir, hay un aislante que te impide a ti misma oírme y verme
cuando el sacerdote echa la llave en el sagrario dejándome dentro. Este aislante
no está fabricado por materia física, este aislante está fabricado por materia
de pecado, por los egos que llevas dentro. Así pues, pequeña alma que buscas
sabiduría, no la obtendrás hasta que hayas eliminado hasta la última molécula
de esa materia que te impide fundirte en mí. El aislante es muy, muy, muy
fuerte y está compuesto por: ira, odio, resentimiento, envidia, mentira, gula,
pereza, lujuria, codicia, soberbia y muchos otros. Pero debes saber que todos
son cabeza de legión y no será fácil eliminarlos. He de decirte que cuando
trabajes en eliminarlos tu alma irá vibrando con mayor intensidad, cuanto más
trabajes y cuantos más elimines, más vibrará y puede llegar el momento que la
vibración de tu alma sea de tal intensidad que quedes fundida dentro de mí.
Así que te doy instrumentos para el trabajo: amor,
generosidad, amabilidad, misericordia, diligencia, humildad y muchos otros que,
llegado el momento oportuno, te mostraré. La forma de uso la encontrarás en mi
Palabra, mi Evangelio, y de vez en cuando te haré llegar lo que algunos, de los
que están aquí conmigo, de mi escribieron y te lo regalaré para ayudarte un
poco más. El lugar del trabajo es y siempre debe ser en ti misma, en el hombre
interior del que nos hablaba San Agustín, porque trabajándote por dentro, casi
sin darte cuenta, irás mostrando fuera una estela de armonía y paz que cada vez
más olerá a mí. Así, como no sabes hasta cuando vas a estar aquí, no hay ni un
solo segundo que perder.
¡Ah! Y ten muy en cuenta que yo siempre te veo, siempre te
oigo, siempre te aprendo de memoria por dentro y por fuera aunque me encierren
con siete llaves.
Desperté y respiré agradecida Él me había dicho que jamás
nada ni nadie le impedirá verme y suspiré acordándome de las palabras de Pedro:
¿ A quién vamos a acudir? … sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario