Visitas


martes, 5 de marzo de 2019

El dolor del que ama disuelve lágrimas en silencio.


Mañana los cristianos comenzamos el tiempo de cuaresma. Un tiempo de oración, de reparación, de penitencia, de limosna. Un tiempo para adentrarnos en nosotros mismos y hallar ahí esas fuerzas que, llevando nuestro rostro en su cabeza, nos quieren arrancar de Dios; nos quieren alejar de todo aquello para lo cual hemos nacido, que es vivir en Dios y para Dios y poder morir en Dios.

Ahora hablaré en primera persona. No son pocas las veces que he dado gracias a Dios por haberme permitido ser cristiana, pero ahora pregustando ya el tiempo cuaresmal me miro a mí misma desde la suficiente distancia y veo con claridad notable que este agradecimiento está muy falto de humildad. No sólo el hecho de pedir requiere de una gran humildad, también esta virtud es pilar fundamental en el hecho mismo de dar, en el maravilloso milagro de sentir  ese deslumbrante amor de Dios.

Quizá a veces, los que nos sentimos y decimos cristianos, podemos caer en el pecado de orgullo al desear irradiar a Cristo por cada uno de nuestros poros sin dejar de ser nosotros mismos. No hemos aprendido aún que en el momento que irradiamos a Cristo ya dejamos de ser nosotros.

Quiero dejar de ser yo para ser Él, pero a este sincero deseo no sé si le rezuma orgullo o soberbia, somos de una complejidad tan brutal que quizá dándonos miedo indagarnos a nosotros mismos preferimos pensar que somos buenos y echarnos un sueñecito existencial.

De momento daré gracias a Dios porque me regala este tiempo de cuaresma para, con la oración y el ayuno, poder sorprender en mi interior a esos otros personajillos que viven dentro de mí y que llevan mi rostro y que hacen cosas que a Dios no agradan.

A veces he pensado que mi amor a Cristo me haría aceptar con serenidad las pruebas por duras que éstas fueran, pero ha caído en mis manos un escrito de un hombre cristiano ante una prueba tan elevada que me he tocado en lo profundo y me he hecho algunas preguntas.

¿Tengo yo acaso tanta fe como este hombre?

Voy a compartir con vosotros esta bella expresión de amor de un abuelo ante el cuerpo sin vida de su pequeña nieta. Mi interior ha exclamado

 ¡Qué fortaleza!   ¡Cuánto amor!  ¡Cuánta fe!

Aquí os la dejo.


Mi dulce ovejita amada

Yo te quería para mí

Y obedeciendo llamada

Que, no podrás eludir

al empezar la jornada

hoy te vas de mi redil.



Linda flor nacida sana

Y al cielo gustaste tanto

Que sin reparar en mi llanto

Te cortó tierna y lozana,

Meditando, la flor gana

Y acepto el corte precoz

Con resignación cristiana.



Al tumor maligno y fiero

Dios, quitó su crueldad

Porque te quiso llevar

Íntegra y guapa a los cielos

Pura, sin lodos, sin cienos

Y en estado virginal,

Así la plaza de ángel

¿quién te la podrá quitar?





Pronto verás a Jesús

Expresa la gratitud

de mi parte y los demás

No existe ya nuestra Cruz

la fe nos dice que estás

desde ahora con gran luz

en su corte celestial.



Yo veo la influencia aquí

de otros, tus seres queridos,

que al rezar tanto por ti

llegaron a convertir

un leño en árbol florido.



También tu influencia médica

Luchó contra este destino

Y, demuestra la ocasión

Que el leño no se hace flor

Sólo con tales caminos.





Línea trazada por Dios

Que nadie busque desvío

Hay que resignarse a dar

Al río lo que es del río.



Si te despido llorando

No dudes es de “alegría”

Para ganarte, perderte

Anula la pena mía.



Mi consuelo, el de tu santa

Ya te habrán dicho en el cielo

Que muero porque no muero.








No hay comentarios:

Publicar un comentario